En el tiempo que estudiaba
en la Univer,(mis compañeros y yo acostumbrábamos a ir a un parque de
diversiones que se llamaba “Divertido Guadalajara”. Porque al igual que plaza
patria, estaba en el camino que tomábamos para ir a la parada del camión. El
lugar era un parque de aventuras dirigido principalmente a los niños. Tenía juegos
de sillitas voladoras, de carruseles con carros de bomberos, ambulancias y
patrullas, otro de motocicletas de motocrós, una canoa vikinga para los niños
más extremos y algunos adolecentes que midieran menos de un metro con
cincuenta.
Para los adultos y
adolescentes que superaran esa medida restrictiva, había algo mucho mejor, tres
pistas de go karts semi-profesionales, y una pista de nivel profesional con
carros que alcanzaban los cien kilómetros por hora, además de tener un área
cerrada en la que vendían comida muy diversa, y también una gran extensión de bosque
natural adecuado con bancas. Todo esto convertía el lugar en el mejor destino turístico
para saltearnos las clases los miércoles que teníamos orientación vocacional.
Fui tantas veces con mis
compañeros de la escuela, que pensé que sería entretenido trabajar ahí, así que
deje una solicitud de trabajo, por la poca afluencia de gente me entrevistaron
en ese momento, me contrataron ese mismo día, y
me dijeron que iniciaría a trabajar desde el siguiente sábado.
Mi función principal era la
de ser operador de los juegos, cobrar las fichas necesarias para que los niños
se pudieran subir, y después manipular el equipo para que funcionara el tiempo
que se tenía establecido. Era algo sencillo de hacer, pero por lo mismo después
de un rato era muy aburrido ver como giraban y giraban los diversos carruseles.
Así que para hacerlo más interesante, a los niños que llegaban solos y que no
tenían la supervisión de sus papás, les ponía retos especiales. Por ejemplo les
decía que si se subían con un vaso de agua, y no lo tiraban en la velocidad máxima,
los dejaría dar tres vueltas gratis. Ellos accedían con emoción, aunque generalmente
terminaban empapados, y posteriormente los regañaba su mamá. Solo un pequeño grupo
selecto de niños alfa logró terminar el recorrido sin derramar el agua, y cómo
premio los dejaba arriba por media hora.
Mis compañeros se empezaron
a dar cuenta de los retos que les ponía a los niños, y se acercaban a ver lo
que pasaba. Con los días, ellos acoplaron algún tipo de reto en sus propios
juegos. En el laberinto de colchones pusieron el reto de que si entrabas por la
salida, y recorrías todo el juego de espaldas hasta llegar a la entrada, les
regresaban sus fichas y aparte les daban cinco más, pero si no podían, tenían
que pagar el doble de fichas. Después de eso todos los días se terminaban
rápido aun después de las casi diez horas de estar parado y bajo el sol. Al
final del turno todos nos reuníamos en el comedor central, y antes de que los
supervisores nos dieran la junta del día, platicábamos entre nosotros para
intercambiar nuestras experiencias con los retos que habíamos hecho.
En los altavoces del parque,
ya que era un lugar más familiar e infantil, ponían generalmente solo canciones
de cri cri, de plaza sésamo, de Pedrito Fernández, de Imanol y de Tatiana,
puras joyas de la música que por fortuna no he vuelto a escuchar. Toda esa
basta reproducción musical, era programada por una señora, sin embargo, después
de dos o tres años de peregrinamente poner la misma música todos los días, un
día renunció y se llevó esos discos con ella, y fue entonces cuando todos (todos),
incluso varios directivos, se dieron cuenta de que los discos no eran de la
empresa, y de que ella los había comprado. Las canciones de Imanol dejaron de sonar
en los altavoces, y por unos días, fue el silencio, o la transmisión de una
estación de radio lo que se escuchaba por todo el parque. Después de unos fines
de semana sin música, a los subgerentes se les ocurrió hacer una dinámica
especial, los sábados al llegar, podíamos dejar alguno de nuestros cd´s, para
que de forma aleatoria, ellos los pusieran en los equipos de sonido de todo el
parque. Pero había algunas reglas, o parámetros que teníamos que seguir antes
de dejar algún disco. Las canciones no podían ser ni de rap o de rock pesado,
ni tampoco decir groserías en español o en inglés, regla que no se aplicaba a
las canciones en francés o en japonés, porque nadie las entendía.
La actividad resultó
emocionante para todos, porque como había un porcentaje de confidencialidad,
cuando escuchábamos un disco, o una canción, tratábamos de imaginar por el
género musical, quien pudo haber dejado ese disco, y entre nosotros hacíamos
bromas de quien creíamos que era el dueño de tal cd, y de quien definitivamente
no era el dueño. Yo lleve el disco de molotov, que era el único que tenía, pero
no duro mucho tiempo antes de que detectaran que ese disco era el menos
indicado para un parque infantil. Alguien puso un disco de Juan Gabriel, no
supe quien fue, pero las bromas que la mayoría hizo sobre eso fueron
suficientes para que quien fuera que lo llevó, no lo volviera a llevar. Algunos
fueron de pop en español, de pop en inglés, alguien llevó un disco de Madona,
otro compañero (o compañera) de Michael Jackson, Miguel Bosé también apareció,
y una lista muy variada entre artistas y cd´s continuaron sonando en los
altavoces. Hasta que siguió uno de un grupo que no conocía, y que realmente me
gustó como se escuchaba. En cuanto empezó ese disco, varios aplaudieron, incluso
algunos levantaron las manos y las agitaron en el aire, era evidente que al
noventa por ciento de mis compañeros le gustaba ese grupo.
-¡Vaya! –Gritó uno de ellos y aplaudió varias veces
mientras sonreía- ¿Quién fue cabrones? ¿Quién puso ese disco para invitarle una
cerveza?
Yo aún no los conocía, así
que al verlo tan eufórico le pregunté:
-¿Quiénes son o qué?
-Eso carnal… es punk de verdad –me contestó con una
sonrisa-. Son blinuaneiritu.- Me dijo en inglés perfecto, pero no entendí nada
de lo que dijo, y le volví a preguntar.
-¿Cómo dices que se llaman?
-Jaja no te creas, no se inglés. Blink 182 para los
compas. Pero si tocan punk.
Hasta ese momento no había
escuchado antes ninguna canción de punk, el ritmo de la guitarra se centraba en
pocos acordes, pero con rasgueos muy rápidos, y mientras tanto, la batería haciendo
un remolino de ritmos diferentes y potentes, que acompañaban a una voz aguda que
parecía huir de la policía por lo rápido que iba. Me daban ganas de correr por
todo el parque, o de hacer acrobacias y maromas mortales. Lo interesante era
que no solo yo, todos mis compañeros estaban así, era como si las bocinas del
parque nos hubieran inyectado adrenalina.
Por fortuna para nosotros a
los supervisores no les molestó ese disco, y lo comenzaron a poner cada fin de
semana. Un sábado a las tres de la tarde, cuando había más gente en el parque,
si se escuchaba ese disco, los niños se descontrolaban, y corrían como cabras
sin control, todo se volvía emocionante, y al menos el tiempo que duraba el cd,
era imposible tener un mal día.
Hasta que lamentablemente se
rayó. Pero ya había cruzado la puerta, ya los conocía, y como el disco me había gustado tanto, fue inevitable comprar un disco de ellos.
Los de Mr. Cd,
estaban por comenzar a verme como un cliente frecuente.