La
luz del sol había terminado su jornada, y
no quedaba ningún rastro de su calor diurno por las banquetas. Las
calles comenzaban a perderse entre la penumbra nocturna, fusionándose con sombras
provenientes de cada rincón de la ciudad, e incluso los edificios, extendidos y
tambaleantes hasta los cielos, parecían combinarse en una plasta sin forma ni
color visible. Justo antes de que todo se convierta en oscuridad infinita, una
de las lámparas sobre la vía pública se ilumina de forma repentina, y tras ella
otra, y luego otra, y otra más, y así continuaron sucediéndose hasta que todo
lo largo y ancho de esa gran avenida estaba iluminado. Después, como si
estuvieran sincronizadas, las ventanas de toda la plasta de edificios
comenzaron a avivarse una a una con la luz amarilla proveniente del interior. La
ciudad otra vez estaba alumbrada por completo, aunque está vez gracias a la
desalmada energía eléctrica. Focos y lámparas que si se apreciaban desde
cualquier azotea, parecían haber sido pintados por Picasso.
Sin
embargo, justo antes de dar vuelta a la
esquina, en el cruce de las dos avenidas más concurridas, brilla con mayor
intensidad que cualquier otra luz el letrero neón de Cafetería. Y el aroma de café tostado, adorna las cercanías del
lugar con una telaraña de fragancia adictiva. Solo obreros cansados pasan por
aquí, y después de una larga jornada, el café es un elixir que los regresa a
los rieles del tren de la vida.
Dentro,
una mesera de años entrados atiende la barra sirviendo wafles y café americano,
y apenas una quinta de comensales solitarios disfruta de su bebida caliente. De
repente suena la campana y, para desagrado de todos, se abre la puerta de
entrada dejando entrar una ráfaga de
aire helado perdida del exterior, y un escalofrió recorrió sus cuellos, pero no
le prestaron mayor detalle al recién llegado. No obstante, la mujer continuaba
viendo con detenimiento a aquel hombre de traje blanco y brillante. Era raro
que alguien vistiera un atuendo tan limpio en aquella parte de la ciudad.
–¡Buenas noches!–. Saludó el hombre que
acababa de entrar. Nadie se inmutó.
Sin
molestarle el silencio que causo su llegada, caminó gallardo hasta la barra y
volvió a saludar a todos, esta vez uno por uno, aunque tampoco obtuvo respuesta
de ninguno. Se sentó en una de las sillas disponibles de la barra, y saludo
nuevamente al hombre que estaba sentado junto a él, quien no le dio ninguna
importancia a la mano extendida que lo saludaba, y continuo impasible en la
lectura de su periódico.
–¡Un espresso!–. Le pidió a la mesera. Ella
obedeció silenciosa y no tardó en dejar el humeante café junto a él.
–¡Buena lectura eh!–. Volteó nuevamente con el
hombre del periódico y este, como las veces anteriores, lo volvió a ignorar.
–Mmm…
Sin
que eso causara un impedimento, él hombre del traje blanco continuó hablando.
–Soy White–.
–Aléjate de mí –respondió finalmente el hombre del periódico–
Soy muy peligroso. No soy con quien te quieras topar en la noche–. Contestó y
regresó a la lectura del periódico. Pensando que su respuesta no le causaría
mas molestias por parte del entrometido.
–¡Excelente, muy bien por ti! –respondió White igual
de animado, y sin verse afectado por las palabras cortantes del ensimismado
lector, continúo– Sabías que hay un patrón que rige el funcionamiento de todas
las cosas. Desde el tiempo de vida de un ser vivo, hasta el parpadear de un
despertador. A veces se trata de un patrón numérico, cosas programadas para
funcionar de cierta manera. Otras veces siguen un patrón natural, como la
migración de las aves, o el crecimiento de un recién nacido –hizo una pausa
breve en la que una sonrisa se marco sobre su cara– y claro que también la
muerte.
El
lector, enojado, hizo bola el periódico con las manos y le dedicó una mirada
llena de odio.
–Pero –continuó–, hay cosas que escapan a toda
comprensión y medición conocida. Cosas que no se sabe porque ocurren, ni la
frecuencia con la que suceden. ¿Sabes cómo se le llama a estas experiencias no
controladas?– El hombre se tomó en un solo trago el café hirviendo. Sin hacer
ningún gesto por la temperatura del líquido, dejó la tasa sobre la barra de
madera y se limpió la boca con su corbata.
La
mesera y los pocos comensales quedaron estupefactos.
–¿Lo sabes?– Sin dejar de sonreír, giró todo el
cuerpo hasta quedar frente él.
El
hombre trago saliva. Sintió por un instante el corazón acelerado.
–No –respondió con miedo. Guardo silencio unos
segundos y no despego en ningún momento su vista de la barra de madera, tratando
de evitar a toda costa el contacto visual– No lo sé ¿Cómo se llaman?
–¡Para–normal!– Contestó White con firmeza.
Las cuatro personas presentes, sin contarlo a
él, sintieron un escalofrió. El hombre
del traje se levantó del asiento, agarró una cartera de piel de la bolsa interna
del saco y tomó un billete de dólar que dejó sobre la barra.
–Gracias–
Acomodó su saco y caminó con pasos lentos
hasta la puerta.
–Ah y por cierto –el hombre del periódico permanecía
viendo la barra, pero sabía que esas palabras iban dirigidas a él–. Te
recomiendo leer el reportaje de la pagina doce, hablan muy bien de ti.
Sin
esperar respuesta salió del lugar para fundirse en la oscuridad del exterior.
El
hombre desdobló el periódico, y cambió las paginas con avidez hasta tener
frente a él la pagina doce. Nueve
asesinatos en tres meses con el mismo patrón, decía el encabezado. La
garganta se le cerró en el mismo momento que leyó el titulo, media hora antes
se sentía orgulloso de todo lo que decían sobre él. Pero ahora, sentía pavor al
saber que lo habían descubierto. Con el pulso tembloroso sacó un billete de
cincuenta pesos, lo dejo sobre la barra, enrolló el periódico entre sus manos y
salió silenciosamente de la cafetería.
El
calor tibio que había dejado la cafetería sobre su cuerpo se perdió en el mismo
instante que la puerta de vidrio dejo de
sacudirse y quedó completamente cerrada. Se frotó las manos varias veces y se
abrazó los hombros para dimitir el intenso frio. Caminó hacía la esquina de la
calle preguntándose el por qué de la temperatura tan baja, y unos pasos
adelante, se percató de lo extraño que era que no hubiera visto a nadie caminar
por la banqueta, o a ningún carro circular por la avenida. Sin dejar de
temblar, se detuvo sobre la esquina de la cuadra, el cruce de dos avenidas,
para mirar en los cuatro sentidos de la intersección, pero lo único que
alcanzaba a ver eran las luminarias encendidas, junto con la sombra que ellas
proyectaban sobre el suelo. No había nada más.
Antes
de salir de la cafetería, recordaba haber visto el ajetreo común de las siete
de la noche, con peatones caminando por las banquetas, y el movimiento de un
sin fin de autos recorriendo la avenida, y ahora, tanto la avenida como la
banqueta estaban solas, completamente solas. Además, sin otras personas
alrededor sobre las que el viento pudiera chocar para disminuir su velocidad, el
frio era mucho mayor, y se reflejó en el cascabeleo de sus dientes.
Dio
media vuelta y regresó corriendo hasta la cafetería. Las luces del interior
continuaban encendidas, no habían transcurrido ni dos minutos desde que salió
de ella, pero se encontraba igual de vacía que el exterior. Trató de empujar la
puerta para resguardarse, sin embargo, esta permaneció tan estática como una
barda de concreto.
Volvió
a voltear en todas direcciones esperando que alguien o algo se cruzaran en su
camino. La calle continuaba desolada, Asustado, comenzó a correr sin rumbo sobre
la avenida.
–¿Hola? –gritó sin detenerse– ¿Hay
alguien aquí?
A
solo tres cuadras de su acelerada carrera, el repentino agotamiento de sus
piernas le hizo detenerse en un movimiento brusco, como si algo o alguien lo hubieran
detenido, o si una barrera invisible le impidiera dar otro paso.
–Aprovecha que las luces encendidas alumbran toda la
calle. Y trata de encontrarme entre las sombras –dijo una voz proveniente de
todos lados–. ¿Sabes cuánto pesa el alma?
El
hombre trago saliva. Volteó por atrás de su hombro, esperando ver a alguien
tras él, y se encontró con la misma calle vacía y desolada por la que acababa
de correr. Solo que ahora parecía muy pequeña, o tal vez más oscura. Las luces
de todas las lámparas que dejó atrás se iban apagando una a una hasta quedar
iluminado solo el lugar donde estaba parado. Aun con el aliento cortado por el
cansancio, trató de dar un paso hacia adelante, pero no pudo mover ninguno de
los dos pies. Ambos estaban pegados al suelo.
–Es que acaso tienes prisa por irte –volvió a decir
la voz proveniente de todos lados– Calma, ten paciencia y sufre un poco. ¿Enserio
tienes miedo? Tantas veces que has producido terror en tus victimas, y ahora
eres tú el que se está ahogando con su propia saliva, vamos, deberías estar
acostumbrado a esta emoción, y mejor será que te acostumbres pronto, porque te
aseguro que todas las muertes que te puedas imaginar, no estarán ni cerca de lo
que yo te puedo hacer –el hombre no pudo contener el miedo, y después de
humedecer su pantalón, algunas gotas de orines cayeron al suelo–. Fíjate en la
proyección de tu sombra sobre el suelo, fíjate en los picos en los que se transforma
tu cabeza, tus extendidos brazos, tus deformes piernas largas. ¿Te reconoces?
No te asustes. Ese eres tú. Ahora vamos, responde mi primera pregunta. ¿Cuánto
pesa el alma?
El
hombre permaneció mudo de horror, y sin embargo, obedeció la instrucción de
voltear a ver su sombra. Perplejo, vio que era justamente la descripción que le
dio la voz proveniente de todos lados. La proyección de su cabeza era tan larga
y delgada como el cuerpo de un alfiler, sus brazos eran tres veces más largos
que el resto del cuerpo y ondulaban sobre el suelo asemejándose al movimiento
de un atrapa viento, y sus piernas quebradas zigzagueaban desde que se
despegaban del torso. Trató de gritar, de suplicar y pedir ayuda, pero de su
garganta solo salió un pujido similar a “Eea”
Intentó
escapar del destino que le prometió la voz proveniente de todos lados, pero al
ver que no era capaz de avanzar, bajó la cabeza hasta ver directamente sus
pies, y ante sus ojos aparecieron unas pantorrillas blancas muy brillosas
además de un par de zapatos en las mismas condiciones. Sin entender lo que
sucedía flexionó la espalda y la cintura hasta quedar encorvado a la altura de
sus piernas. Al tacto de sus manos, sus extremidades eran frías, lisas y muy
solidas, casi como si estuviera tocando porcelana.
–Acostúmbrate a esa imagen porque será la última que
verás.
– ¿Qué es esto? –chilló el hombre con una voz aguda
llena de terror– ¿Quién eres? ¿Qué es este lugar? ¿Qué me está pasando?
El
hombre sintió bajo sus manos, como las rodillas se tornaban instantáneamente en
algo tan frio y liso como sus pies.
– ¡Ey! ¡Ey!, son muchas preguntas al mismo tiempo, y
tú no puedes ni responder una sola. No tengo el tiempo para responderte todas.
La
sombra del hombre dejó de moverse para compactarse en una sola mancha sobre el suelo.
Terminado esto, se estiró de manera uniforme, alargándose en una línea recta.
De la parte media le salieron dos largos brazos con terminación en unos
puntiagudos y largos dedos, y de la
parte superior un triangulo invertido como cabeza. La sombra se levantó del
suelo, permaneciendo adherida al cuerpo del hombre por la proyección de los
pies.
– ¿Mi nombre? ¿Cómo? ¿Tan rápido me has olvidado? Pero
si nos acabamos de tomar un café –se acercó enredándose por las piernas,
cubriendo el cuerpo del hombre con la
oscuridad de su sombra– Pero si dices que ya no me recuerdas, solo me queda
volver a presentarme, y esta vez de forma adecuada. De donde vengo, todos me
conocen como el porcelanizador.
– ¿Po–porque hace esto? ¿Qué quieres de mí? ¡Suéltame!
Uno
de los brazos de la sombra se transformó en un cuchillo y atravesó el pecho del
hombre. Un hilo de sangre escurrió por su boca mientras que la oscuridad que lo
abrazaba se pintó parcialmente de rojo.
–Seis libras –una sonrisa sin rostro se formó en el semblante
oscuro de la sombra–. El alma pesa seis libras. Y tú estás encadenado a nueve.
Te hundirás en lo más profundo del lago de los lamentos.
La lámpara que los alumbraba comenzó a parpadear, su
luz ya no era tan potente y brillaba unos segundos para después permanecer
apagada los mismos segundos, dejando por un instante la ciudad en penumbra.
El foco continuó en rápidos parpadeos varias veces, pero poco a poco retomó la
potencia, hasta que logró permanecer iluminada, justo antes de que todo se convierta
en oscuridad infinita. Y tras ella se prendió otra, y luego otra, y otra más, y
así continuaron sucediéndose hasta que todo lo largo y ancho de esa gran
avenida estaba iluminado. Después, como si estuvieran sincronizadas, las
ventanas de toda la plasta de edificios comenzaron a avivarse una a una con la
luz amarilla proveniente del interior. La ciudad otra vez estaba alumbrada por
completo y el silencio extraviado volvió a aparecer en las calles. Los colores
regresaron a encender a la ciudad dormida. De la misma forma, los vehículos
regresaron a pitarse unos a otros por las prisas de la desesperación citadina, por
lo que ninguno de ellos se percató de la escultura de porcelana que apareció repentinamente
a la mitad de la avenida, y para cuando lograron frenar la marcha de sus
motores, tanto el parabrisas como el pavimento estaban cubiertos de sangre.