No tenía ni un año en la
escuela, y las cervezas comenzaron a ser muy populares en mi itinerario como
estudiante de preparatoria. Había días que me reunía con mis compañeros a
tomar dos caguamas en la calle, sin motivos, sin fiestas, simplemente tomar una
refrescante cerveza porque hacía calor, y las tres de la tarde son mejor con
cerveza. Caminábamos un poco hasta un parque cercano, comprábamos las bebidas,
y nos sentábamos sobre el pasto para hablar de cualquier cosa, principalmente
de música, futbol y mujeres, se vaciaban los envases, y después cada quien
seguía con su vida after school. Casi siempre nos regresábamos a las cuatro, para
hacer los deberes escolares, pero como suele pasar, había veces que se hacían
las cinco, otras las seis, a veces las siete, algunas otras a las ocho, y
cuando todo se salía de control, nos quedábamos hasta las diez de la noche,
cosas que pasan.
Ese día, salimos temprano, por
alguna razón no tuvimos la última clase, y a la una de la tarde ya estábamos
en la calle. No hizo falta decirlo, ni comentarlo con nadie, ya que sin palabras
entre nosotros, y utilizando solo miradas, los cinco nos dirigimos de manera automática
a la vinatería, en silencio, cada uno a su paso, unos con las manos en la
bolsa, otros caminando recto, Miguel con los audífonos puestos y tarareando Rosa pastel de BELANOVA. Pero cuando
llegamos a la vinatería, hicimos un medio círculo alrededor de la ventanilla,
cada quien sacó la cantidad de dinero que traía en ese momento, y con el mismo
silencio, Cesar recogió el efectivo, lo contó, y le pidió las cervezas al
tendero.
-Siete caguamas –le dijo, y el tendero le dio los siete
envases en una caja.
Cesar nos dio una caguama a
cada uno, y él se llevó la caja con los tres envases restantes, y continuamos
en la procesión silenciosa hasta llegar al parque. Nos instalamos debajo de un árbol
que daba una refrescante e igualmente amplia sombra, y cada quien destapó la
cerveza a su manera.
El gas escapando a presión
se escuchó cinco veces seguidas.
-Se fijaron que vergas estuvo esto –dijo Juan, y en el
primer trago se terminó la mitad de la caguama.
-¡Pinches alcohólicos sincronizados! –le contestó Armando,
e igualmente se terminó la mitad del líquido ámbar en el primer trago.
-Alcohólicos ustedes, yo no tengo prisa, ni le he tomado.
–opinó Cesar.
-No te hagas el sobrio –le dije- que ya sabemos que nunca
traes baro.
-Tú no me las vas a pagar ¿Oh si?
Me ganó con mis propias
palabras, no dije nada, y al igual que Juan, Armando (Mi tocayo), y Miguel,
también me tomé la mitad en el primer trago.
El primer trago es cuando la cerveza sabe
mejor, no creo que nadie pueda debatir ese punto, ya que después de un rato,
entre la oxidación por el aire, la perdida de gas, y el asentamiento de alcohol
en la garganta, cambia el sabor conforme le vas tomando, y después de varias
cervezas le pierdes totalmente el sabor, y solo sigues bebiendo por el efecto
secundario. Así que definitivamente, tienes que aprovechar lo mas que puedas el primer trago.
-Voy a poner música.- nos dijo Miguel a todos. Y sacó una
bocina cuadrada que conectó a su celular.
El sonido inició a la mitad
de una canción de BELANOVA que cantaba: “No
tengo miedo de explotar, no importa que es lo que pueda pasar” y Miguel continuó cantando los segundos
restantes de la canción.
-¿Y esa rola?- Preguntó Armando, esta pegajosa.
-Pues el disco original es de mi hermana, pero me latió
el sonido medio electrónico y lo grabé en mí cel.
-Arre, suena bien.- Finalizó Armando.
Le siguieron varias
canciones a la reproducción, pero ya mareados y sedados por el famoso efecto
secundario de la cerveza, ya ni le pusimos atención a las siguientes pistas, y
más bien centramos nuestra atención a las pocas cervezas que teníamos, y
después, en cooperar para comprar más, pues la primera ronda no duro siquiera
diez minutos, la segunda ronda tal vez quince, porque teníamos 2 envases para
cuatro personas. Y cuando se acabaron, todas las cervezas menos la de Cesar
(aunque posiblemente ya estaba sin gas), empezamos a decirle que si nos daba de
la suya, y lógicamente nos dijo que NO.
Volvimos a hacer una cooperación
para comprar las siguientes, y una hora después estábamos organizando la tercera
vuelta. Y de repente recordamos que ninguno de nosotros había comido nada, los
cinco alargábamos las palabras al hablar, y nos dimos cuenta que ya estábamos pedos
cuando comenzamos a discutir entre quien ganaría una pelea a navaja entre
Melvin y el Tigre Toño.
Decidimos que iríamos a
comprar comida a una tienda de autoservicio cercana, y después cada quien se
iría a su casa, eran las seis de la tarde, parecía una buena hora para terminar
la reunión improvisada.
Una vez adentro de la
tienda, Armando agarró un carrito, y en lo que pareció ser una orden muy
tajante, entendible por su estado alcoholizado, nos dijo que nos subiéramos los
cuatro. Lo obedecimos, mas por la acción de hacerlo que por seguir sus
indicaciones, y nos dio una vuelta por toda la tienda. Y cada que pasábamos cerca
de algún estante, agarrábamos lo que fuera que estuviera a nuestro alcance y lo
arrojábamos al carrito. Hasta que uno de los policías se dio cuenta, y enojado
nos exigió que bajáramos del carrito. A él sí que lo obedecimos, pero dejamos el
carrito lleno de cosas en ese mismo lugar, algo que no le agradó nada al
empleado que le encomendaron que acomodara todo. Continuamos
un rato paseando por la tienda, hasta que finalmente cada quien eligió algo
para comprar y decidimos ir a pagar.
-Hola –le dijo Armando con una sonrisa a la cajera que
nos atendió- Andamos algo pedos, ay disculparas si nos reímos mucho.
-Yo creo que más bien están loquitos –le contestó ella y
respondió a su sonrisa.
-Ellos sí –continuó Armando-. La verdad es que yo soy el más
cuerdo de los cinco, y a veces me piden ayuda para cruzar la calle.
Ella solo sonrió y no dijo
nada.
En el supermercado siempre
es normal que tengan música para mejorar la experiencia de visita de la gente,
aunque por lo general es aburrida, o totalmente desconocida, y justo en ese
momento, comenzó a sonar Mariposas, de BELANOVA en las bocinas de toda la tienda,
los cinco nos dimos cuenta por la melodía, porque justo la acabábamos de
escuchar unas horas atrás. Miguel empezó a tararear la canción.
-Son cien pesos.
Le pagamos, y guardamos las
cosas en una bolsa.
-Soy Armando –se presentó Armando- ¿Me pasarías tú teléfono?
-Tal vez otro día, un día que no vengan tan loquitos, y
no huelan a cerveza.- Fue sincera con la respuesta, pero la sonrisa no se le
borró de la cara.
La canción terminó en el
momento en el que tomamos las bolsas y Armando se despidió de la cajera.
-Oye Miguel –le preguntó mientras caminábamos a la
salida- ¿Esa es la canción que pusiste hace rato no?
-Sí. Se llama Mariposas, y es de BELANOVA.-respondió Miguel,
previniendo que justamente Armando quería saber cómo se llamaba esa canción.
-Arre, me latió, esta chida.
-Sí, nos dimos cuenta wey –agregó Cesar riéndose-. Si estás sonriendo como pendejo.
Armando esbozo una sonrisa.
-Mañana voy a venir otra vez, así que ni me esperen a la
salida.
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