Al principio pensé en contar historias
salteadas, simplemente contar la historia y ya, pero después de pensarlo
un rato decidí que lo mejor es contar todo en orden cronológico, y así será más
fácil para todos entender la secuencia.
Había pasado alrededor de un mes desde que conseguí el primer disco de Molotov, lo ponía todos los días al llegar de la escuela, y mientras lo escuchaba me sentía lleno de energía con cada canción. No sabía tocar ningún instrumento, y hacía el movimiento invisible de tocar la batería o a veces el de pisar acordes en la guitarra. Se me hacía curioso como la música me ayudaba a relajarme, y en otras ocasiones y con algunas pistas (Con la de Mátate tete), como se me aceleraba el corazón y como la sangre me circulaba con más velocidad durante los cuatro minutos que duraba la canción. Era una sensación extraña, similar a la de bajar una colina empinada a gran velocidad arriba de una bicicleta. Emoción, es la palabra ideal.
En ese tiempo mis compañeros de la Univer dejaron de ser unos desconocidos, y comenzamos a ser amigos, aunque algunos, como suele pasar, se quedaron por siempre en la etapa de desconocidos. La escuela estaba en el centro de Zapopan, y la mayoría vivíamos por los alrededores, así que era común regresar caminando en un grupo de más de cinco personas. A la mitad del camino estaba una plaza (que ahora está en ruinas) en la que únicamente había una sucursal del Pollo Pepe, y un billar bar que se llamaba Wine Pool (haciendo referencia al oso amarillo de Disney Winnie Pooh pero de una forma más alcohólica y viciosa).
Uno de esos días, en los que nos
juntábamos varios para caminar hasta la parada del camión, un compañero,
motivado por el hecho de que éramos tres hombres y dos mujeres, dijo:
-¿Traen prisa? ¿Les late si vamos un
rato a jugar al billar?
Astrid y Karina se voltearon a ver.
-Pues tengo que estar en mi casa a las
cinco de la tarde, tengo tiempo -dijo Astrid-. Pero voy solo si Karina va. No
es que dude de ustedes, pero es mejor ir con otra chica.
Karina pensó un momento.
-Pues yo voy, pero solo si tú pagas mi
cuenta. -Le dijo y apunto a Juan, al que se le había ocurrido la idea de ir.
-¡Arre me late!- dije sin poner ningún
requisito de por medio.
-Yo voy. Pero solo si tú pagas mi
cuenta. -dijo Miguel imitando a Karina, y también apuntó a Juan.
-¿Y tú qué cabrón? ¡Tus nalgas no me
interesan!- Todos se sorprendieron.
-No wey, no lo digo por eso. Es porque
no traigo dinero.
-¡Ah! -dos segundos después, suspiró
Karina ofendida- ¿Ósea que las mías si te interesan?
Juan ya no supo que decir, y cambio de
tema.
-Ponen buena música, y las cheves están
en catorce pesos. No se diga más.
Cruzamos la calle y caminamos hacía el
billar. En el corto trayecto de atravesar la calle, Astrid y Karina venían riéndose
de lo que había dicho Juan, y al pasar por la parada del camión más cercana, en
forma de broma las dos le dijeron a toda la gente que esperaba el camión.
-¡Tengan cuidado, porque a Juan le
interesan las nalgas!- La gente no supo cómo reaccionar a eso, y se nos quedó
viendo raro.
Cuando llegamos al billar, incluso antes de entrar, se hizo muy notorio el aroma de la cerveza, además del olor a cigarro impregnado en las paredes. El local estaba vacío, siendo el cantinero el único ente de todo el lugar, ya que abrían desde temprano para surtir los insumos y limpiar, pero ya en la noche era cuando realmente se llenaba.
-¿Van a jugar?- Preguntó el cantinero y le contestamos que sí. Nos dio la caja con bolas y tiza, y nos acomodamos en la mesa de en medio, que era la que se veía en mejores condiciones.
Hicimos equipos de dos contra dos, y
decidimos que el quinto jugaría en el siguiente partido. Le pedimos al
cantinero botana y una cubeta con doce cervezas. Y sin más contratiempos
comenzamos, nadie sabía jugar bien, por lo que el juego era dinámico y muy
parejo, así que alguien podía hacer un tiro épico en una partida, y al
siguiente meter la bola negra en el primer turno. Todo podía pasar.
Se terminó la primera cubeta, y pedimos
otra, era la primera vez que tomaba tanta cerveza, me sentía alegre, feliz,
capaz de hacer cualquier cosa, pero al mismo tiempo me sentía un poco aturdido
y desorientado, por futuras referencias puedo decir que en realidad no era nada
grave.
El billar tenía una rockola con música
muy variada que cada cierto tiempo se activaba en automático y reproducía una
de sus canciones, aunque la mayoría eran de algún conjunto musical, o de
norteño. Era el turno de Juan de ser el quinto jugador, así que mientras el
resto jugaba la partida, él se levantó, fue hacía la rockola, buscó canciones
por diez minutos, y después regresó a la banca con una gran sonrisa.
-¿Vas a poner canciones?- le preguntó Miguel.
- Pues si pendejo, ¿A que va uno a la
rockola? ¿A pedir jamón? Tú nomas perate, puse unas bien vergas. ¡Oye Karina!
-¿Qué quieres?- respondió ella.
-¡La siguiente canción es para ti!
-ella sonrió, y se sonrojó un poco- Para que la escuches bien eh.
Se terminó la canción anterior, y entonces continuaron las que puso Juan. Por un momento se escuchó silencio, luego surgió un tenue redoble en la batería, la guitarra hizo los primeros acordes, y finalmente inició la voz principal diciendo:
"¿Es una cara? ¡No! ¿Es una pizza? ¡No! Es la señorita cara de pizza... Karina y Astrid dejaron de jugar para ponerle atención a la letra. Juan a su vez, se paró y se puso a cantar a un costado de Karina.
-...Quiero estirarle sus cachetes de queso -cantaba Juan mientras veía a Karina a los ojos-. En su boquita de pimiento yo quiero darle un beso... Señorita cara de pizza...
Trate de poner atención en todo lo que decía, pero había partes que no lograba entender, aun así me gustó lo que acababa de escuchar.
-¡Iugg! -dijo sinceramente
Karina cuando se terminó la canción- ¿Que rayos fue eso? ¿Estás loco o qué?
-Calma morra
-contestó Juan-, es figurativa, no es tan literal. En el fondo solo habla de
que le gusta la chava.
-¿Y si le gusta la
chava porque no le dice simplemente eso, en lugar de decirle que parece pizza?
-No sé -Juan se río-.
Pues tal vez estaban marihuanos cuando escribieron esa letra, que se yo.
-¿Entonces te
gusto?- preguntó Karina.
-Pues sí, la neta.
-¿Y porque dices que
parezco pizza?
La
conversación era confusa, pero al mismo tiempo muy divertida.
-Ya pues -agregó
Juan- olvídalo, luego busco una canción mejor.
-¡Si he! Te lo
agradecería, si quieres luego te paso unos tips
de música más romántica.
La confesión de amor
de Juan fue un fracaso, pese a eso, sin buscarlo se había instaurado la rutina
de ir a jugar billar cada viernes al salir de clases. Casi siempre éramos los
mismos cinco, aunque a veces cambiaban las personas que asistían, pero aun
con todos los cambios, desde la segunda vez que fuimos a jugar, como decreto no
oficial de nuestro grupo, poníamos la canción de Cara de pizza y
la cantábamos entre todos.
Al principio
era raro cantarla, pero mientras más la escuchábamos menos idiota nos
parecía la letra.
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